mércores, 24 de agosto de 2011

Hipatia de Alexandría

Pedro Gálvez, Hypatia
A consecuencia da peli Ágora de Alexandre Amenábar (2009) editáronse varios libros sobre a figura desta muller que viviu en Alexandría a finais do s. iv e principios do s. v AD. Sobre a súa vida e obra temos moi poucas referencias pero o pouco que nos chegou fala dunha persoa de extraordinaria importancia; e debeu tela, tendo en conta que todas as fontes escritas eran cristiáns, sendo ela pagana ou probablemente agnóstica.

Salió por el portalón de la casa, seguido de sus tres sirvientes, llegó a la esquina del callejón sin salida que iba a morir delante de su mansión, atravesó unas cuantas calles y fue a desembocar a la avenida de Canopo. Se sintió orgulloso de cabalgar por ella. Como buen alejandrino, era consciente de que no había avenida que la igualara en todo el mundo civilizado. Era tan ancha que en ambas direcciones circulaban cómodamente hasta tres grandes carruajes, uno al lado del otro. Por sus aceras deambulaban los alejandrinos bajo las amplias y altas arcadas de mármol y piedra. Por esa avenida se podía caminar a la sombra durante horas enteras, marchando siempre en línea recta y exponiéndose al sol tan solo al cruzar las calles. Orientada, como todas las calles transversales de Alejandría, en dirección noroeste, se encontraba expuesta a la acción de los vientos etesios, por lo que en verano se sentía siempre en el rostro la caricia refrescante de la brisa. De noche la iluminaban las farolas de aceite, que imprimían a sus suntuosas fachadas una singular belleza. (17)

Neste libro de Pedro Gálvez, xa publicado en 2004, que tenta ser unha novela, explícase o que se sabe certo sobre ela botando man da historia sobre a famosa e mítica cidade na que viviu e o ambiente cultural no que viviu: unha mestura de elementos exipcios, helenísticos, romanos e cristiáns que algúns autores afirman que morreu con ela.

 
La mayoría de los emperadores evitaron visitar Alejandría, temerosos de ser objeto de escarnio; tan solo Adriano se sintió a sus anchas en esa ciudad, y aprovechó sus estancias para embellecerla y ampliar la Biblioteca y el Museo.
Cuando un siglo y medio después, en el año 215 de nuestra era, visitó la ciudad Caracalla, las burlas acabaron en lágrimas. Aquel personaje extravagante, vanidoso y caprichoso, que no dejaba de compararse con Aquiles y Alejandro, resultó ser el blanco perfecto para los alejandrinos. A oídos del emperador llegaron las chirigotas que inspiraba su persona. Y con el pretexto de que deseaba rendir honores a Alejandría, reclutando una falange que estaría integrada por la flor y nata de su juventud y que llevaría el nombre de Alejandro Magno, convocó a los jóvenes alejandrinos a reunirse al sur de la ciudad, fuera del recinto amurallado, pero dentro del inmenso patio que rodea el templo a Sepirapis, protegido por una enorme edificación cuadrangular. Cuando los tuvo reunidos, ordenó a sus tropas que cargasen contra ellos. Los soldados masacraron sin piedad a varios miles de jóvenes alejandrinos. Caracalla contempló la masacre desde lo alto del templo. Luego declaró ante los senadores que tan culpables eran los que habían muerto como los que habían logrado escapar con vida y que viesen como muestra de su magnánima clemencia el que se abstuviese de perseguir a los fugitivos. No contento con aquella carnicería, Caracalla suspendió los juegos públicos y anuló las subvenciones que pagaba el fisco a los miembros del Museo, cerrando en la práctica el único instituto de investigaciones científicas que había en todo el imperio. (57-8)

A narración repasa tamén a vida de Teón, pai de Hipatia, ata que finalmente se centra exclusivamente na nosa protagonista, unha vez que seu pai morre e as autoridades, ante o fanatismo de Teófilo, o patriarca alexandrino, pechan as institucións públicas de ensino e investigación nas que viña traballando.

Tras la muerte del padre y el exilio de Claudio se había pasado cerca de un año sumida en el abotargamiento. Creía haber caído hasta el fondo de un abismo del que jamás volvería a salir. Se encerró en la casa y acabó dando a entender que no deseaba visitas. Trataba de estudiar, pero era incapaz de concentrarse. Los libros la aburrían. Tocar la flauta la sumía en un estado tal de melancolía, que terminó por rehuir los instrumentos músicales como si fuesen agentes portadores de la peste. Para distraerse, se pasaba horas enteras jugando a las damas con los criados, un juego que le había parecido demasiado pueril de niña. Un día envió a uno de los sirvientes a la librería del armenio para que le comprase una enciclopedia. El padre se hubiese escandalizado: tenía prohibidas las enciclopedias en su biblioteca.
Se aficionó a hojear aquel mamotreto de treinta tomos, leyendo un artículo aquí y otro allá, saltando en todo momento de un tema a otro. Llegó a enviciarse tanto con su lectura, que hizo que le trajesen toda una colección de enciclopedias. Esas obras pronto se convirtieron para ella en algo más vital que los alimentos. Las necesitaba para seguir viviendo.
Y un buen día, aún no sabía cómo ni por qué, se levantó de la cama, se miró en el espejo y dijo a su imagen: "Si el Museo ya no existe, el Museo seré yo". Luego ordenó a los criados que limpiasen el salón de música y que fuesen a encargar a un carpintero una pizarra que ocupase toda la pared del escenario, dos docenas de pupitres y un gran escritorio.
Una vez que hubo convertido el salón de música en un aula, hizo correr la voz de que Hypatia, hija de Teón, catedrática de trigonometría del instituto de matemáticas del Museo de Alejandría, reanudaría las clases que se había visto obligada a interrumpir temporalmente por causas de fuerza mayor. Los pupitres pronto se llenaron de alumnos; algunos de ellos, antiguos discípulos suyos. Y pronto pudo comprobar cuánta razón tenía el padre cuando le repetía que el mejor método para dominar una disciplina consiste en enseñarla. (192-3)

A vida social e cultural é cada vez máis minguada e marcada pola esixencias do poder ascendente, os chamados galileos. A violencia e o medo son un feito omnipresente e, neste marco, Hipatia navega cada vez máis a contracorrente. Incluso as diversas sectas galileas loitan ferozmente entre si e xustifican as súas "obras" apelando á ortodoxia propia e á herexía allea.

A la mañana siguiente tampoco pudo salir de casa. Los combates callejeros habían ganado en ferocidad. Pasaron dos días más antes de que le avisasen que la calma reinaba de nuevo en la ciudad. En la catedal de San Alejandro, Cirilo, el nuevo patriarca de Alejandría, celebraba en esos momentos una misa solemne. Era el 17 de octubre de 412. Tres días habían durado los combates. Le habían dado la victoria las huestes del abad Schenute, que dirigió en persona a sus hombres, pese a su avanzada edad, y las demás hordas de monjes de los monasterios del Alto Egipto y la Tebaida. Se avecinaban malos tiempos.
La noiticia afectó a Hypatia, pues hubiese preferido al archidiácono Timoteo, pero luego pensó que daba exactamente igual quien se encaramara el trono patriarcal: todos harían lo mismo. La nueva religión había traído también una nueva casta de pontífices guerreros, adoradores de la violencia. Jamás en la historia habían sido glorificadas de tal forma las guerras. Nunca se había apelado con tal descaro al cinismo. La sangre se le helaba en las venas cuando leía los escritos de ese tal Agustín de Tagaste del que tanto le advertían sus amigos. Nombrado obispo de Hipona el mismo año en que murió el emperador Teodosio, Agustín, en su apología de la destrucción, recurría a un tipo de deducción que recordaba a Hypatia el método de reducción al absurdo del gran matemático Hipócrates de Quíos. Lo último que había leído de él no tenía desperdicio. "Qué importancia tiene -decía- la forma de la muerte con que acaba la vida. Que yo sepa, jamás ha muerto alguien que no tuviese que morir algún día. ¿Qué se tiene, pues, en contra de la guerra? ¿Acaso el hecho irrelevante de que en ella perezcan aquellos hombres que de todos modos tenían que morir algún día?" (204-5)

A cultura helénica representaría a Europa e os novos señores representarían a Oriente, os primeiros usarían a razón e a mesura e os segundos o irracional e a desmesura. A herdanza da anterga cultura exipcia sobre a que se asentou o helenismo sería astutamente aproveitada polos galileos para poñer o pobo do seu lado. E isto nun proceso que seguramente non foi tan lineal como se narra aquí pero si o reflicte dalgún xeito.
plano de Alexandría durante os Tolomeos

Fíjate, querida Hypatia -le había dicho-, mira aquellas arcadas. En ellas proliferan las tabernas. Y en ellas se han reunido desde tiempos inmemoriales los hombres más diversos de todas las orillas del Mediterráneo. Allí han resonado voces y carcajadas, maldiciones y lamentos. Los hombres se han contado sus penas y han hablado de sus ilusiones. Y también han hablado de sus deidades. Unos a otros se contaban de sus dioses. El marinero griego ponderaba a su Afrodita, el egipcio hablaba de su Isis, el cartaginés de su Tanit y el hispano se deshacía en elogios, describiendo las bondades de sus diosas ancestrales. Y todos hacían mil preguntas, levantaban sus vasos y brindaban por las creencias de sus compañeros de mesa. El vino y la religión los confraternaban. Tan solo un grupo de personas rechazaba esos brindis y aseguraba que todas esas deidades no era más que idolatrías y que solo existía un único dios verdadero: el usyo, que para colmo era precisamente el que los había elegido como su pueblo predilecto. Sabes a quiénes me refiero. Vivían ya en nuestras tierras antes de que fuese fundada Alejandría, cuando tuvieron que refugiarse en la desembocadura del Nilo tras la caída de su capital. Y luego vino la emigración de los que buscaban trabajo en nuestro rico país y la gran oleada de refugiados que acudió tras la expulsión de sus tierras bajo el emperador Vespasiano. El problema se agudizó y desde entonces han estallado de vez en cuando algunos disturbios que han puesto a prueba a nuestras fuerzas de orden público. Nuestros guardias han tenido que intervenir con harta frecuencia en esas disputas entre hombres acalorados por el vino y la cerveza. A veces incluso hemos tenido que echar mano de nuestras legiones, como nos ocurrió en los tiempos de Adriano. Las trifulcas entre helenos y judíos han sido una constante en la historia de nuestra ciudad. Surgían por nimiedades, la mayoría de las veces por el espíritu burlón que caracteriza al pueblo alejandrino. Bien porque a los griegos se les ocurriese ponerse a comer carne de cerdo delante de las sinagogas o porque exhibiesen estatuas de figuras humanas desnudas cuando los judíos celebraban alguna de sus fiestas. A veces no eran más que chiquilladas que terminaban en derramamientos de sangre. Hemos sabido vivir con esos disturbios. Y lo cierto es que ese pueblo bárbaro se civilizó entre nosotros y ha logrado crear una comunidad que contribuye al esplendor económico y cultural de nuestra ciudad. Se integraron dentro de su aislamiento. E hicieron algo más: no trataron de imponer a nadie sus creencias.
Aquello era demasiado bueno como para que durase mucho. Una parte de ese pueblo quiso salir de la reclusión que ellos mismos se habían impuesto, y algunos de sus rabinos eruditos se aliaron con sacerdotes egipcios y se dedicaron a fabricar una nueva religión. Lo único que tuvieron que hacer fue traducir los antiguos textos. No necesitaron inventar nada: si antes habían tomado de los egipcios la idea de un dios único, ahora no tuvieron más que dar envoltura nueva a todas aquellas creencias que rodeaban la figura del faraón. Estaban allí, latentes, desde hace unos cuatro mil años. Como sé que no te interesan las supersticiones humanas y que vives en un mundo de números y cálculos, me imagino que nada sabrás de las viejas creencias egipcias en torno a sus faraones. En ellas el dios Osiris anunciaba la concepción a la esposa del faraón y le comunicaba que estaba "llena de gracia", o sea: preñada de él. La faraona alumbraba después a un niño, que era el hijo de dios. Ese dios en manifestación humana mediaba entre su padre y los hombres. El faraón era a la vez humano y divino, y tras su muerte, resucitaba para ascender a los cielos y colocarse a la diestra de su padre. El faraón, encarnación de Osiris, en tanto que dios del trigo, moría cada año y permitía así a los egipcios alimentarse con su cuerpo, que se les ofrecía en forma de pan. Y daba también a Isis una copa con su sangre, para que la bebiese y le recordase tras su muerte. la carne y la sangre del faraón se transustanciaban en pan y vino. En los rituales que rodeaban la muerte de un faraón se celebraba su resurrección y el momento en que ascendía a los cielos. Exactamente lo que celebraremos en este mismo mes el día de la pascua de resurrección. Los nuevos evangelios no son más que traducciones de textos antiquísimos. Confabulados con una legión de judíos conversos, los egipcios hacen caer ahora sobre nosotros la maldición de sus olvidados faraones. (223-5)

A historia de Hipatia remata con "el texto de la llamada Oración del ciego, una vieja plegaria egipcia de más de mil quinientos años de antigüedad" (239) e, como agasallo, o libro contén un capítulo no que se xulgan e sopesan os altibaixos que sufríu a súa figura ao longo da historia, pasando do esquecemento case total en occidente, non así na cristiandade oriental, ata un redescubrimento iniciado na Inglaterra do xviii grazas a, entre outros, estas palabras de Edward Gibbon na súa The History of the Decline and Fall of the Roman Empire (1776-88), un libro que marcou a historiografía sobre a tardoantigüídade dun xeito decisivo:

"Hypatia, la hija de Teón el matemático, fue iniciada en los estudios por su padre; sus comentarios eruditos esclarecieron la geometría de Apolonio y de Diofanto, al igual que la filosofía de Platón y de Aristóteles. En el esplendor de su belleza y en la madurez de su sabiduría, aquella joven modesta rechazó a sus pretendientes y enseñó a sus discípulos; las personalidades más ilustres, por sus rangos o sus méritos, esperaban con impaciencia el momento de visitar a la filósofa; y Cirilo contemplaba con envidia el espléndido séquito de caballos y esclavos que se agolpaba a las puertas de su academia. Entre los cristianos corrió el rumor de que la hija de Teón era el único obstáculo que se interponía a la reconciliación entre el prefecto y el arzobispo, así que el obstáculo fue rápidamente superado. En el día fatal, durante el sagrado periodo de la cuaresma, Hypatia fue arrancada de su carruaje, desnudada y arrastrada a una iglesia, donde fue salvajemente despedazada a manos de Pedro el Lector y su hueste de fanáticos salvajes y despiadados; le arrancaron la carne de los huesos con afiladas conchas de ostras y arrojaron a las llamas sus temblorosos miembros. La investigación y el justo castigo de aquel crimen fueron evitados mediante los oportunos regalos, pero el asesinato de Hypatia ha dejado una mancha indeleble en el carácter y la religión de Cirilo de Alejandría" (250-1)

GALVEZ, Pedro: Hypatia. Barcelona: Edición DEBOLS!LLO, 2009; pp. 270.

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